Cuando los consumidores de Kosher
eran menos numerosos, era fácil controlar los procesos de elaboración, pues
eran en la cocina familiar o pequeñas fábricas en la comunidad. Ahora, con su
industrialización y producción masiva, cerciorarse de que los productos son
tratados, procesados, cocinados, enlatados o empacados adecuadamente resulta
más complicado.
Actualmente, una empresa que
desee comercializar productos Kosher debe obtener certificaciones, para ello, un
rabino, en representación de un laboratorio certificado: debe inspeccionar todas
las actividades realizadas en la empresa. Sólo una vez superada la inspección,
el certificado es entregado por una entidad reconocida mundialmente.
Si bien el origen es religioso,
en la actualidad el mercado es más amplio, entre los consumidores de productos
Kosher encontramos musulmanes, adventistas, vegetarianos, intolerantes la
lactosa o alérgicos a las proteínas de la leche, entre otros, esto se debe a
que los rigurosos controles de calidad son más confiables incluso que una
certificación ISO.